LA PERSEVERANCIA
Sermones Escogidos del Santo Cura de Ars (17 de 22).
Nos dice el Salvador del mundo, aquél que persevere hasta el final será coronado, sin ser vencido o que al caer haya sabido levantarse y perseverar. No nos admire que los más grandes santos hayan abandonado, familia, amigos y posesiones para retirarse a solitarios lugares a orar y llorar por sus pecados. No perseverar es recaer en los pecados que ya habiamos confesado, en seguir frecuentando las malas compañías que nos indujeron al pecado, el mayor de los males, ya que por él hemos perdido a Dios, hemos atraído sobre nosotros toda su cólera, hemos perdido nuestra alma y la hemos arrojado al infierno.
Los medios necesarios para perseverar en la gracia son cinco: seguir la inspiración divina de la gracia, huir de las malas compañías, hacer oración, frecuentar los sacramentos y practicar la mortificación.
Perseverar en la gracia, este lenguaje solo conviene a aquellos que deveras dejan el pecado y están en la firme resolución de perder mil vidas antes que volverlo a cometer. Lo contrario, decir a un pecador que persevere en sus desordenes, es la mayor locura y la criatura más desgraciada que ha sostenido la tierra el que lo diga para su propia condenación.
El primer medio para perseverar en el camino que conduce al cielo, es ser fiel en seguir y aprovechar las inspiraciones de la gracia que Dios nos concede. Los santos en el cielo deben su felicidad al haber seguido las inspiraciones del Espíritu Santo, así como los condenados deben su desgracia al desprecio que hicieron de tales inspiraciones. La gracia es un pensamiento que nos hace sentir la necesidad de evitar el mal y de hacer el bien. Todo lo bueno proviene de Dios, al buscar cumplir con las cosas que Dios nos inspira hacemos caso de la gracia. Si nos resistimos a cumplir con las cosas de Dios, en sus inpiraciones, nos encaminamos hacia el mal y no seguimos la gracia. Debemos tener cuidado de no despreciar la gracia de Dios una vez que la hayamos recibido, evitemos caer tan fácilmente en el mismo pecado que hayamos confesado. ¡Que pocos son los que perseveran y se salvan!
El segundo medio para perseverar en el camino que conduce al cielo, es huir del mundo y de las malas compañías, en cuanto sea posible, ya que su lenguaje y su manera de vivir son totalmente opuestos a lo que un cristiano debe hecer, son incompatibles con alguien que esta en el camino de la virtud y del cielo. Oir malas canciones y dichos infames, que son causa de una multitud de pensamientos y deseos perversos, en compañía de libertinos. Formular juicios temerarios al andar en compañía de maldicientes. Frecuentar la compañía de aquel impúdico que los indujo al hábito de dar miradas o tener tocamientos abominables con ustedes mismos o con los demás. Frecuentar la compañía de aquel ímpio que te ha hecho perder la fe y no recibir los sacramentos. Frecuentar aquella amiga mundana te ha hecho sentir mucho gusto por los placeres, las danzas, las reuniones y la ropa mundanos; tu amiga no contenta con perder su alma, también quiere perder la tuya. Desde que conociste a aquel desenfrenado te ha dado por frecuentar las tabernas y casas de juego. Desde que trabajas con aquel patrón, que dice solo cosas abominables, se te oye vomitar todo tipo de juramentos y maldiciones.
El tercer medio absolutamente necesario para perseverar en el camino de la gracia y del cielo, es hacer oración. El que reza hasta el final persevera y se salva. Todos los condenados se perdieron por su negligencia en la oración. Pero, la oración se debe hacer con las debidas disposiciones: tener el pensamiento puesto en Dios y pensar en lo que se dice, sentirlo, desear obtener el favor de Dios con la oración, hincados y nunca distraerse. Evitar rezar sentados, acostados, parados, si se tiene buena salud y ningún impedimento para hacerlo dobando las rodillas ante Dios. Al orar Dios nos envía a sus santos y ángeles del cielo para confortarnos.
El cuarto medio para conservar la gracia de Dios e ir al cielo, es frecuentar los sacramentos. Un cristiano que usa sabiamente de la oración y de los sacramentos aparece formidable ante el demonio. Al recibir los sacramentos es el mismo Dios el que viene revestido de todo su poder para aniquilar a nuestro enemigo. El demonio, al verle en nuestro corazón, se precipita en los infiernos, por eso se empeña en apartarnos de ellos o de que los profanemos. La persona que frecuenta los sacramentos se hace invunerable del demonio. Pero eso solo sucede con aquellas personas que los reciben con las debidas disposiciones, que sienten verdadero horror al pecado, que se aprovechan de todos los medios que Dios nos concede para no recaer y para sacar frutos de las gracias que nos otorga. Los que no lo hacen así solo trabajan para su perdición.
El quinto medio para conservar la gracia obtenida después del sacramento de la penitencia y para ir al cielo, es practicar la mortificación: este es el camino que siguieron todos los santos. El que no castiga su cuerpo de pecado, no permanece mucho tiempo sin recaer. En toda comida debemos privarnos de algo, debemos acortar nuestras horas de reposo en la noche y dedicarlas a la oración, abstenernos de hablar o decir algo en nuestras conversaciones, hacer ayunos, vestirse con ropa sencilla, estar de pie cuando se puede estar sentado. En general, hacer algo que mortifique nuestro cuerpo o dejar de hacer algo que nos guste.
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