jueves, 10 de marzo de 2016

"Las Aflicciones", Sermón Escogido del Santo Cura de Ars (22 de 22)

 LAS AFLICCIONES

 Sermones Escogidos del Santo Cura de Ars (22 de 22)






    Nuestro Señor Jesucristo les dice a todos los discípulos antes de subir al cielo que sus vidas iban a ser un seguido de llantos, cruces y sufrimientos; mientras la gente del mundo se abandonará a la alegría insensata y a la risa frenética. San Agustín de Hipona nos dice que los mundanos, es decir lo malos,  no dejarán de tener sus penas ya que la turbación y la tristeza es la resultancia de una conciencia criminal, y que un corazón desordenado, en su propio desorden halla el suplicio. A los mundanos les alcanza aquella maldición que Jesucristo pronunció contra los que solo piensan en abandonarse a la alegría y al placer: " Ay, de los que pensáis no más que en regocijaros, pues vuestros placeres os preparan males infinitos en el lugar de mi justicia". Los mundanos con sus alegrías y muchas amarguras irán a padecer eternamente en la llamas. En cambio, a los buenos cristianos les dice Jesucristo: "Ah, bienaventurados, los que dejaís trascurrir vuestros días en el llanto, ya que vendrá día en que yo mismo os consolaré". Los buenos cristianos, después de las lágrimas y el sufrimiento, pasarán a una gloria y a un placer infinitos en su magnitud y en su duración. Las cruces, los sufrimientos, las tristezas, la pobreza y los desprecios son la herencia del cristiano que desea salvar su alma y agradar a Dios. Es necesario sufrir y padecer en este mundo o perder toda esperanza de ver a Dios en la otra vida.

    Dios nos envía en este mundo aflicciones para que padezcamos con paciencia y resignación, uniendo todos nuestros sufrimientos a Jesucristo. Sirven para purificarnos en esta vida de nuestros pecados pasados. Haciéndolo así, al morir podremos ir al Cielo a gozar eternamente en la presencia de Dios. Dios nos hace sufrir un poco en este mundo para hacernos eternamente felices en el otro. En los santos tenemos vidas ejemplares, ellos aceptaron toda desgracia con resignación por amor a Jesucristo, por su fidelidad a Él reciben una corona de Gloria en el Cielo. Pero, si nos revelamos y no aceptamos nuestras desgracias como la voluntad de Dios, los sufrimientos en este mundo son poca cosa, así tengamos enfermedades y castigos mientras estemos vivos, comparados con los suplicios en la otra vida, éstos últimos serán engendrados con toda su potencia y furor. El que así se revela y no acepta su penas como enviadas por Dios, aunque sufra mucho,  de nada le servirá para que sea lavado de sus pecados pasados, después de morir tendrá que sufrir atrozmente en la otra vida.

    Debemos purificar nuestros pecados en este mundo con la penitencia y las buenas obras. Si no lo hacemos así, Dios purificará nuestras almas en el otro mundo con fuego y tormentos, si tenemos la gran fortuna de no ser condenados en el infierno, arrepintiéndonos de nuestros pecados, pidiendo perdón a Dios y haciendo la promesa de convertirnos a Él para siempre. Pero, si no hacemos penitencia ni buenas obras y además nos quejamos amargamente de los diversos sufrimientos que Dios nos envía para purificarnos de nuestros pecados en esta vida, ciertamente que si Dios nos abandona sin afligirnos, nuestro destino seguro será el infierno, si le pedimos no sufrir, haciéndole promesas vanas de buen comportamiento. Los santos prefieren ser tratados en este mundo con el mayor de los rigores con tal de que el otro Dios los mire con misericordia.

Las cruces y las miserias de la vida son enviadas por Dios para satisfacer su justicia por nuestros pecados, también podemos decir que son ellas algo que no nos permite caer. Si somos perseguidos, humillados, engañados, Dios lo permite para que no nos aficionemos a las cosas de este mundo en demasía y perdamos de vista las cosas del Cielo. El buen cristiano sufre todo con paciencia, todo lo perdona a imitación de Jesucristo. Así, los pobres pecadores que tienen la desgracia de causarles tantos sufrimientos pueden tener una conversión hacia Dios y  salvar su alma de la condenación, si miran que son tratados con dulzura y paciencia en pago por los los desprecios e injurias que han infringido. Habrá mas alegría en el cielo por un pecador que se convierte que por 100 justos que no necesitan hacerlo y que sufren con paciencia lo que Dios se digne enviarles para santificarse. Dejemos la venganza a Dios y pidamos por la conversión de los pecadores.

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lunes, 11 de enero de 2016

"Pensamiento de la Muerte", Sermón Escogido del Santo Cura de Ars (19 de 22).

PENSAMIENTO DE LA MUERTE

Sermones Escogidos del Santo Cura de Ars (19 de 22).






    No solo a la vista de un cadáver que llevan a enterrar, debemos tener el pensamiento de la muerte para quitarnos la afición a esta vida y los placeres del mundo, y para llevarnos a pensar seriamente en aquel momento terrible, que debe decidir nuestra eternidad: cielo o infierno, dicha y gozos eternos o desdicha y tormentos sin fin.

    Vemos en el evangelio cuan necesario nos es el pensamiento de la muerte para desengañarnos de la vida y para aficionarnos solamente a Dios. Jesucristo quiere que nunca perdamos de vista la consideración de la salida de este mundo para la eternidad. La iglesia siempre atenta para proporcionarnos los medios más adecuados para inducirnos a trabajar por nuestra salvación, nos evoca, tres veces al año, el recuerdo de los muertos que Jesucristo resucitó: la hija de Jairo, el hijo de la viuda de Nahim y  Lázaro de Betania.
Es cierto que llegará un día en que ya no perteneceremos al mundo de los vivos, y en que nadie pensará en nosotros, como si nunca hubiésemos existido.  Todos iremos algún día al sepulcro, jóvenes o viejos, sanos o enfermos,  tanto la joven mundana que siempre se preocupó por su aspecto, como aquél orgulloso que tan pagado estaba de su talento, de sus riquezas, de su crédito y de su oficio.

    El momento de la muerte es un instante, que no siendo de duración muy perceptible, nos es muy poco conocido, y sin embargo, es el que determina nuestro paso hacia la eternidad. Por no pensar en él o por dedicarle una atención tan secundaria o débil ¡cuántas almas están ahora ardiendo en el infierno por haber desechado ese saludable pensamiento.

    El demonio pone gran cuidado en hacernos perder tal recuerdo, pues mejor que nosotros sabe cuán saludable sea para librarnos del pecado y conducirnos a Dios. Los santos cuidaban de jamás perder de vista dicho pensamiento para la salvación de sus almas.
El pensamiento de la muerte produce en nosotros tres efectos:  1º. nos induce a desprendernos del mundo; 2º. modera nuestras pasiones; 3º. nos anima a llevar una vida más santa.

    El pensamiento de la muerte produce en nosotros piadosas reflexiones: nos pone delante de nuestros ojos toda nuestra vida;  y entonces pensamos que todo aquello que nos regocija según el mundo durante nuestra vida nos hará llorar lágrimas  en la hora de nuestra muerte; nuestros pecados, que nunca deben borrársenos de nuestra memoria, son otras tantas serpientes que nos devoran; el tiempo que perdimos, las gracias que despreciamos: todo ello se nos representará a la hora de nuestra muerte.

    Si pensamos a menudo en nuestra muerte, pondremos gran cuidado en conservar la gracia de Dios; si por desdicha perdiésemos esa gracia, nos daremos prisa a recobrarla, perderemos nuestra afición a los bienes y placeres de este mundo, soportaremos las miserias de nuestra vida con espíritu de penitencia y reconoceremos que Nuestro Señor es quien nos las envía para la expiación de nuestros pecados.


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