miércoles, 20 de septiembre de 2017

"La Contrición", Sermones Escogidos del Santo Cura de Ars (12 de 22).

LA CONTRICIÓN

Sermones Escogidos del santo Cura de Ars (12 de 22).








    La Contrición es el dolor que de nuestros pecados hemos de tener. Dios tiene horror al pecado y para obtenernos el perdón de su Padre Celestial fue capaz de sufrir los tormentos más terribles, que algún otro hombre  jamás podrá resistir. Por el pecado original cometido por Adán y Eva, el hombre perdió la amistad que tenía con Dios, se convirtió en hijo de maldición por las consecuencias terribles  que le atrajo el haber desobedecido: perdió a Dios y el cielo prometido a todos sus descendientes, ahora irá al infierno, perdió la gracia santificante, su naturaleza quedó corrompida para siempre por el pecado e inclinándose al mal,  la naturaleza ya no le estará más sometida y tendrá que protegerse de ella, se enfermará, estará bajo el dominio de Satanás por el pecado cometido,  su descendencia ya no será siempre sana y heredará el pecado original a sus hijos, obtendrá los frutos de la tierra con mucho trabajo, la mujer parirá a sus hijos con dolor, su muerte será con sufrimiento y angustia. Por todo lo anterior, debemos tener un gran dolor por haber ofendido a Dios por el pecado que hayamos cometido, aún por los pecados leves o veniales.  Si tenemos una contrición perfecta nuestro señor Jesucristo limpia nuestra alma con su preciosa sangre y nos conducirá al cielo después de nuestra muerte. Pero, si nuestra contrición es imperfecta, ya sea que nos arrepintamos por temor al infierno y no por haber ofendido a Dios, nuestra alma queda manchada y tenemos que purificarla en este mundo con la sangre de Cristo y haciendo penitencia, si no Dios nos purificará como oro en el crisol en los infiernos para poder ir al cielo. Si no hay contrición y nunca le pedimos perdón a Dios nuestra alma irá al infierno de los condenados, para  ser atormentada ahí por siempre, mientras Dios seas Dios.



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"La Ira", Sermones Escogidos del santo Cura de Ars (14 de 22).

LA IRA

Sermones Escogidos del santo Cura de Ars (14 de 22).



      Dios nos trata con tanta bondad y dulzura para que imitemos su ejemplo y nos portemos de la misma manera con nuestro prójimo. No sigue a su Dios un hombre ingrato y de carácter fogoso que pronto olvida lo que hace por él, por la menor insignificancia da rienda suelta a un furor incontrolado, indigno de un cristiano, que tanto ultraja al Dios de la paciencia y la bondad. La Ira es una pasión tan perniciosa capaz de apartarnos de Dios, por consecuencia nos proporciona una vida desgraciada a nosotros y a cuantos nos rodean.






      El Espíritu Santo nos dice sobre la ira: "El hombre, al enojarse, no solo pierde su alma y su Dios, sino que también abrevia los día de su existencia".

      El pecado de la cólera no va siempre solo, le acompañan otros muchos pecados. La Ira trae consigo los juramentos, blasfemias, maldiciones e imprecaciones. Muchos hombres han ido al infierno porque mueren con accesos de ira, ofendiendo a Dios, dañando a los demás y así mismos, sus almas están perdidas para siempre por no dominar tan horrible vicio.



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"La Virtud Verdadera y la Falsa", Sermón Escogido del Santo Cura de Ars (20 de 22).

LA VIRTUD VERDADERA Y LA FALSA


Sermones Escogidos del Santo Cura de Ars (20 de 22)








    Un Cristiano que sólo tenga una falsa devoción, una virtud afectada y meramente exterior, a pesar de todas sus precauciones para disfrazarse, no habrá de tardar en dar a conocer los desordenes de su corazón, ya por las palabras, ya por las obras. Nada más común que esa virtud aparente que nosotros conocemos como hipocresía. Lo más deplorable es que casi nadie quiere reconocerla,  debemos decirlo e intentar que se den cuenta, antes de que esa actitud los precipite irremediablemente al infierno.

    Esos pobres cristianos que se condenan haciendo el bien, por no acertar en la manera de hacerlo, dominados por la humana inclinación. Hay tan pocos cristianos que obren con la intención exclusiva de agradar a Dios.

    Un cristiano que quiera trabajar con sinceridad para su salvación, no debe contentarse con practicar buenas obras; debe saber además por qué las hace, y la manera de practicarlas. No basta parecer virtuoso a los ojos del mundo, sino que debemos tener la virtud en el corazón.

    Para que una obra o virtud sea agradable a Dios debe reunir tres condiciones:
    1. Que sea interior y perfecta.
    2. Debe ser humilde y sin atender a la propia estimación.
    3. Debe ser constante y perseverante.
    1. Para que una obra sea interior y perfecta no basta que aparezca en el exterior. Es preciso que radique en el corazón y que únicamente  la caridad sea su principio y su alma. Debe ser perfecta si practicamos todas las virtudes, no solamente las que nos agradan.

    2.- Nuestra virtud u obra debe ser humilde, sin mirar a la propia estimación. Nos recomienda Jesucristo "que nuestras obras nunca sean hechas con la intención de buscar la alabanza de los hombres"; si queremos que se nos recompense por ellas, debemos de ocultar en todo lo posible el bien que Dios ha puesto en nosotros, para evitar que el demonio del orgullo nos arrebate todo el mérito de nuestras buenas obras.

    3.  La virtud u obra debe ser perseverante y constante, perseverante en el bien. No debemos contentarnos con obrar el bien durante un tiempo determinado: es decir, orar, mortificarnos, renunciar a la voluntad propia, sufrir los defectos de los que nos rodean, combatir las tentaciones del demonio, sostener los desprecios y calumnias, vigilar todos los movimientos de nuestro corazón; debemos continuar todo esto hasta la muerte si queremos ser salvos. Dice San Pablo que hemos de ser firmes y inquebrantables en el servicio de Dios, trabajando todos los días de nuestra vida en al salvación de nuestra alma, con la convicción que nuestro trabajo será solamente premiado si perseveramos hasta el fin.

    Para que nuestra virtud u obra sea verdadera debe ser constante: es decir, que debemos permanecer fervorosos y unidos a Dios, lo mismo en la hora del desprecio y del sufrimiento, que en la del bienestar y prosperidad. esto es lo que hicieron todos los santos.

    Para que nuestra virtud u obra sea sólida y agradable a Dios, ha de radicar en el corazón, ha de buscar solo a Dios, y ocultar, cuanto sea posible, sus actos al mundo. Los santos aseguraron su eterna bienaventuranza siendo fieles en el servicio de Dios.



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"Santificación del Cristiano", Sermón Escogido del Santo Cura de Ars (21 de 22).

SANTIFICACIÓN DEL CRISTIANO

Sermones Escogidos del Santo Cura de Ars (21 de 22)







    En la parábola de la higuera plantada en la viña de un hombre, nuestro Señor Jesucristo nos dice que nosotros somos precisamente esa higuera que Dios había plantado en el seno de su Iglesia, y de la cual tenía el derecho de esperar buenas obras; pero hasta el presente hemos defraudado sus esperanzas. Indignado por nuestra conducta, quería quitarnos de este mundo y castigarnos; pero Jesucristo, que es nuestro verdadero viñador, que cultiva nuestra alma con tanto cuidado, y que es además nuestro mediador, ha intervenido por nosotros ante su Padre, para que nos deje aún este año en la tierra, prometiéndole que redoblará sus cuidados y hará todo lo que pueda para convertirnos. Encargará a sus ministros que está siempre dispuesto a recibirlos, que su misericordia es infinita. Pero, si a pesar de todo ésto, se obstinan en no amar a Dios, lejos de defendernos contra su justicia, Él mismo se volverá contra ellos, rogando a Dios que nos quite de este mundo y los castigue.

    El hombre aquí en la tierra no puede menos que ser desgraciado ante tantos males: enfermedades, pesadumbres, persecuciones, pérdidas de bienes de fortuna caen sobre nosotros sin cesar. Al habernos puesto Dios en este mundo, con todos estos males, quiere forzarnos a no apegar a él nuestro corazón y a suspirar por otros bienes más grandes, más puros y más duraderos que los que pueden hallarse en esta vida. Ninguna cosa creada es capaz de contentar el corazón del hombre, solo en los bienes eternos hallaremos esa dicha que tanto anhela.

    Jesucristo, con sus sufrimientos y su muerte, ha hecho meritorios todos nuestros actos, de suerte que para el buen cristiano no hay un solo movimiento en nuestro corazón y en nuestro cuerpo que quede sin recompensa, si se hace por Él. Basta sencillamente hacerlo todo para agradar a Dios, así nuestras acciones no serán penosas, por el contrario serán más suaves y ligeras. Desde que nos despertamos debemos ofrecer a Dios todas nuestras obras,  por amor y gloria de Él, uniéndolas al sacrificio redentor de Cristo. Cuidar de ofender a Dios, pensar en la muerte como algo próximo y el juicio final, utilizar el tiempo del día santamente.  Al ofrecer los actos diarios a Dios, en unión del sacrificio de Cristo, debemos hacerlo en estado de gracia para que sean meritorios y no obras perdidas; si están con pecado grave hacer un acto de contrición y hacer el propósito formal de confesarse en seguida. Cuando se tenga una tentación del maligno pedir inmediatamente la ayuda de Dios, de la Virgen María y del santo ángel de la guarda.

Los padres y madres deben acostumbrar a sus hijos desde muy pequeñitos a resistir la tentación. Están obligados, bajo pena de condenación si no lo hacen, a instruirlos del modo en como deben conducirse para llegar al cielo.

    Deben también enseñarles a santificar su trabajo, es decir, a trabajar no para enriquecerse, ni para hacerse estimar del mundo, sino para agradar a Dios, que nos lo manda en expiación de nuestros pecados; así tendrán el consuelo de verlos el día de mañana  jóvenes sensatos y obedientes y de que sean vuestro contento en este mundo y vuestra gloria en el otro; tendrán la dicha de verlos temerosos de Dios y dueños de sus pasiones. Los padres deben inspirar en los hijos el amor y el temor de Dios. Dios encomienda las almas de los hijos a sus padres, de las cuales darán algún día cuenta muy rigurosa.

    Por último debe hacerse la oración de la noche en común y debe añadirse un examen en común, es decir, detenerse cada uno un instante para traer a la memoria sus pecados. El que hace la oración no debe decirla ni muy lenta, para que no se distraigan los demás,  ni muy rápida, a fin de  que puedan seguirle. Nada más ventajoso que esta práctica de piedad. Antes de acostarse  hacer un poco de lectura piadosa. rezar el santo rosario para atraer la protección sobre ustedes de la Santísima Virgen María. Dormir tranquilamente y si se despierta durante la noche aprovechar el tiempo para alabar y adorar a Dios.

    Los desordenes  o pecados,  más comunes y más peligrosos que es preciso evitar son: las veladas o tertulias, los juramentos y las palabras y canciones deshonestas.

    Las tertulias o reuniones nocturnas son ordinariamente la escuela en donde los jóvenes pierden todas las virtudes de su edad y aprenden toda suerte de vicios. Las virtudes de la juventud son: el gusto por la oración, la frecuencia de los sacramentos, la sumisión a los padres, la asiduidad en el trabajo, una admirable pureza de conciencia, un vivo horror al pecado vergonzoso. Tales son las virtudes que los jóvenes deben esforzarse por adquirir. Por muy juicioso o asentado que esté un joven o una joven en estas virtudes, si tienen la desgracia de frecuentar ciertas tertulias o ciertas compañías, muy pronto las habrán perdido todas.

    Las palabras libres o deshonestas ofenden a Dios y escandalizan a nuestro prójimo. Muchas veces no se necesita  más que una palabra deshonesta para ocasionar mil pensamientos malos, mil vergonzosos deseos, y aún quizás para precipitar en un número infinito de otras infamias, y para enseñar a las almas inocentes el mal que tenían la dicha de ignorar. El Espíritu Santo nos dice que este maldito pecado de la impureza ha cubierto la superficie de la tierra.

    Otro desorden que reina entre las familias y entre los trabajadores son las impaciencias, las murmuraciones o quejas.

    Los trabajadores, si quieren ganar el cielo,  deben aguantar con paciencia el rigor de las estaciones, el mal humor de los que les dan trabajo; evitar esas quejas y esas maldiciones que son tan comunes en ellos, y cumplir fielmente su deber. Los esposos y esposas deben vivir unidos  en paz, edificarse mutuamente, orar el uno por el otro, sobrellevar sus defectos con paciencia, animarse a la virtud con sus buenos ejemplos y seguir las reglas santas y sagradas de su estado, pensando que son hijos de "santos" y que por consiguiente, no han de portarse como los paganos,  que no tiene la dicha de conocer al verdadero Dios.

    Dios es tan bueno al darnos la esperanza de un año más, hemos de hacer todo lo posible para pasarlo santamente, y que durante este año podamos aún ganarnos la amistad de nuestro Dios, reparar el mal que hemos hecho, no solo en el pasado año, sino en toda nuestra vida, y asegurarnos una eternidad de dicha, de gozo y de  gloria. Todo para Dios.


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"Del Aplazamiento de la Conversión", Sermones Escogidos del Santo Cura de Ars (5 de 22)

DEL APLAZAMIENTO DE LA CONVERSIÓN

Sermones Escogidos del santo Cura de Ars (5 de 22).


    Es una gran miseria que por el pecado original que heredamos de nuestros padres seamos concebidos como hijos de maldición, sujetos a la concupiscencia de la carne, a la inclinación hacia el mal. Otra gran miseria es que vivamos en pecado mortal y la mayor de las desdichas es si morimos con él, condenando nuestras almas.






    Si el pecador aplaza su conversión hasta que quiera hacerlo y sigue pecado continuamente se expone a un gran peligro de perdición de su alma.  Por el pecado nos hacemos enemigos de Dios y amigos del demonio. Además, las malas costumbres adquiridas se van arraigando en nosotros y es más difícil vencerlas porque se hacen vicios y el demonio no esta dispuesto a dejarnos hasta lograr arrastrar nuestras almas al infierno.


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