LA PALABRA DE DIOS
Sermones Escogidos del Santo Cura de Ars (15 de 22).
Leemos en los evangelios las palabras de Jesucristo, cuando le contesta a aquella mujer de la multitud, que emocionada por lo que escuchaba alababa a su Madre, él le contesta: "Mucho más dichoso es aquel que escucha la palabra de Dios y la pone en práctica". Es más agradable a Dios aquel que así lo hace que el que lo recibe en la sagrada comunión, ésto por ser necesario estar en gracia para recibirlo en la eucaristía, primero aplicando en nuestras vidas la palabra de Dios escuchada. La palabra de Dios produce necesariamente en nosotros, o frutos buenos o frutos malos; serán buenos si estamos adornados con buenas disposiciones; serán malos, si vamos a oirla con idiferencia, hasta con fastidio, tal ves con desprecio: esta palabra santa nos iluminará, mostrándonos nuestros deberes, o cegará nuesta vida y endurecerá nuestro corazón.
Aparte de la muerte de nuestro Señor Jesucristo en el calvario, y el santo bautismo, no hay otra gracia, de las que recibimos en nuestra santa religión, que pueda igualar a la palabra de Dios. Nos es tan difícil entrar en el cielo sin estar debidamente instruidos en la palabra de Dios, como lo es el salvarse sin estar bautizado. La mayoría de cristianos condenados estarán en el infierno porque labraron su desgracia al no haber querido escuchar la palabra de Dios, o de haberla despreciado.
El Padre Bridaine y demás compañeros misioneros exclamarón conmovidos al ver a aquel pecador convertido, diciendo: ¡Oh! ¡cuantas gracias guarda el Señor para los que poseen un corazón dócil a su voz! ¡cuántas almas se condenan, que, si hubiesen sido instruídas, se salvaran!
Lo mismo podemos decir de nosotros mismos: si los propios idólatras o paganos pudiesen oir la mitad o la cuarta parte de esta palabra que a nosotros con tanta frecuencia se nos administra y de la cual tan poco caso hacemos, antes bien la despreciamos, la oímos con displicencia y fastidio, ¡cuántas lágrimas derramarían, cuántas mortificaciuones, cuántas virtudes y buenas obras harían!
No nos convertimos a oir la palabra divina, no porque la palabra sagrada tenga menos poder que en otro tiempo, sino que esta semilla divina cae en corazones duros e impenitentes, y, apenas caída ahí, el demonio la sofoca.
La palabra divina es uno de los más grandes dones que Dios haya podido hacernos, ya que, sin la adecuada instrucción, es imposible salvarnos. Y que si, en los desgraciados tiempos en que vivimos, vemos tantos impíos, es porque son tantos los que ignoran la religión, toda vez que es imposible que una persona que la conozca bien, no la ame ni practique lo que ella nos manda.
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El Padre Bridaine y demás compañeros misioneros exclamarón conmovidos al ver a aquel pecador convertido, diciendo: ¡Oh! ¡cuantas gracias guarda el Señor para los que poseen un corazón dócil a su voz! ¡cuántas almas se condenan, que, si hubiesen sido instruídas, se salvaran!
Lo mismo podemos decir de nosotros mismos: si los propios idólatras o paganos pudiesen oir la mitad o la cuarta parte de esta palabra que a nosotros con tanta frecuencia se nos administra y de la cual tan poco caso hacemos, antes bien la despreciamos, la oímos con displicencia y fastidio, ¡cuántas lágrimas derramarían, cuántas mortificaciuones, cuántas virtudes y buenas obras harían!
No nos convertimos a oir la palabra divina, no porque la palabra sagrada tenga menos poder que en otro tiempo, sino que esta semilla divina cae en corazones duros e impenitentes, y, apenas caída ahí, el demonio la sofoca.
La palabra divina es uno de los más grandes dones que Dios haya podido hacernos, ya que, sin la adecuada instrucción, es imposible salvarnos. Y que si, en los desgraciados tiempos en que vivimos, vemos tantos impíos, es porque son tantos los que ignoran la religión, toda vez que es imposible que una persona que la conozca bien, no la ame ni practique lo que ella nos manda.
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