sábado, 28 de noviembre de 2015

"La Perseverancia", Sermones Escogidos del Santo Cura nde Ars (17 de 22).

LA PERSEVERANCIA

Sermones Escogidos del Santo Cura de Ars (17 de 22).








    Nos dice el Salvador del mundo, aquél que persevere hasta el final será coronado, sin ser vencido o que al caer haya sabido levantarse y perseverar. No nos admire que los más grandes santos hayan abandonado, familia, amigos y posesiones para retirarse a solitarios lugares a orar y llorar por sus pecados. No perseverar es recaer en los pecados que ya habiamos confesado, en seguir frecuentando las malas compañías que nos indujeron al pecado, el mayor de los males, ya que por él hemos perdido a Dios, hemos atraído sobre nosotros toda su cólera, hemos perdido nuestra alma y la hemos arrojado al infierno.

    Los medios necesarios para perseverar en la gracia son cinco: seguir la inspiración divina de la gracia, huir de las malas compañías, hacer oración, frecuentar los sacramentos y  practicar la mortificación.

    Perseverar en la gracia, este lenguaje solo conviene a aquellos que deveras dejan el pecado y están en la firme resolución de perder mil vidas antes que volverlo a cometer. Lo contrario, decir a un pecador que persevere en sus desordenes, es la mayor locura y la criatura más desgraciada que ha sostenido la tierra el que lo diga para su propia condenación.

    El primer medio para perseverar en el camino que conduce al cielo, es ser fiel en seguir y aprovechar las inspiraciones de la gracia que Dios nos concede. Los santos  en el cielo deben su felicidad al haber seguido las inspiraciones del Espíritu Santo, así como los condenados deben su desgracia al desprecio que hicieron de tales inspiraciones. La gracia es un pensamiento que nos hace sentir la necesidad de evitar el mal y de hacer el bien. Todo lo bueno proviene de Dios, al buscar cumplir con las cosas que Dios nos inspira hacemos caso de la gracia. Si nos resistimos a cumplir con las cosas de Dios, en sus inpiraciones, nos encaminamos hacia el mal y no seguimos la gracia. Debemos tener cuidado de no despreciar la gracia de Dios una vez que la hayamos recibido, evitemos caer tan fácilmente en el mismo pecado que hayamos confesado. ¡Que pocos son los que perseveran y se salvan!

    El segundo medio para perseverar en el camino que conduce al cielo, es huir del mundo y de las malas compañías, en cuanto sea posible, ya que su lenguaje y su manera de vivir son totalmente opuestos a lo que un cristiano debe hecer, son incompatibles con alguien que esta en el camino de la virtud y del cielo. Oir malas canciones y dichos infames, que son causa de una multitud de pensamientos y deseos  perversos, en compañía de libertinos. Formular juicios temerarios al andar en compañía de maldicientes. Frecuentar la compañía de aquel impúdico que los indujo al hábito de dar miradas o tener tocamientos abominables con ustedes mismos o con los demás. Frecuentar la compañía de aquel ímpio que te ha hecho perder la fe y no recibir los sacramentos. Frecuentar aquella amiga mundana te ha hecho sentir mucho gusto por los placeres, las danzas, las reuniones y la ropa mundanos; tu amiga no contenta con perder su alma, también quiere perder la tuya. Desde que conociste a aquel desenfrenado te ha dado por frecuentar las tabernas y casas de juego. Desde que trabajas con aquel patrón, que dice solo cosas abominables, se te oye vomitar todo tipo de juramentos y maldiciones.

    El tercer medio absolutamente necesario para perseverar en el camino de la gracia y del cielo, es hacer oración. El que reza hasta el final persevera y se salva. Todos los condenados se perdieron por su negligencia en la oración. Pero, la oración se debe hacer con las debidas disposiciones: tener el pensamiento puesto en Dios y pensar en lo que se dice, sentirlo, desear obtener el favor de Dios con la oración, hincados y nunca distraerse. Evitar rezar sentados, acostados, parados, si se tiene buena salud y ningún impedimento para hacerlo dobando las rodillas ante Dios. Al orar Dios nos envía a sus santos y ángeles del cielo para confortarnos.

    El cuarto medio para conservar la gracia de Dios e ir al cielo, es frecuentar los sacramentos. Un cristiano que usa sabiamente de la oración y de los sacramentos aparece formidable ante el demonio. Al recibir los sacramentos es el mismo Dios el que viene revestido de todo su poder para aniquilar a nuestro enemigo. El demonio, al verle en nuestro corazón, se precipita en los infiernos, por eso se empeña en apartarnos de ellos o de que los profanemos. La persona que frecuenta los sacramentos se hace invunerable del demonio. Pero eso solo sucede con aquellas personas que los reciben con las debidas disposiciones, que sienten verdadero horror al pecado, que se aprovechan de todos los medios que Dios nos concede para no recaer y para sacar frutos de las gracias que nos otorga. Los que no lo hacen así solo trabajan para su perdición.

    El quinto medio para conservar la gracia obtenida después del sacramento de la penitencia y para ir al cielo, es practicar la mortificación: este es el camino que siguieron todos los santos. El que no castiga su cuerpo de pecado, no permanece mucho tiempo sin recaer. En toda comida debemos  privarnos de algo, debemos acortar nuestras horas de reposo en la noche y dedicarlas a la oración, abstenernos de hablar o decir  algo en nuestras conversaciones, hacer ayunos, vestirse con ropa sencilla, estar de pie cuando se puede estar sentado. En general, hacer algo que  mortifique  nuestro cuerpo o dejar de hacer algo  que nos guste.


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sábado, 21 de noviembre de 2015

"La Pasión de Nuestro Señor Jesucristo", Sermones Escogidos del Santo Cura de Ars (16 de 22).

LA PASIÓN DE NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO

Sermones Escogidos del Santo Cura de Ars (16 de 22).








    No hay crimen más horrible que el de los Judíos al dar muerte al Hijo de Dios, a aquél que estaban esperando desde hacía 4000 años. Pocos días antes lo habían reconocido como al Salvador, al recibirlo triunfamente en Jerusalén. Días después lo rechazan al preferir la liberación del  criminal Barrabás, ¡que elección más indigna! Nosotros, simpre que elegimos el pecado, hacemos una elección parecida.

    El pecado que cometemos renueva la Pasión de nuestro Señor Jesucristo, no sólo de una manera tan cruel como los judíos, sino además de una forma sacrílega y horrible. Los Judíos no creían que Jesús era el Hijo de Dios, ya que si lo hubieran creído jamás lo hubieran matado. No sucede lo mismo con nosotros, los cristianos, que aunque sabemos que es Dios y nuestro Redentor, aún así lo ultrajamos pecando, rechazándolo.

    Sabemos que seguimos a Jesucristo si cumplimos fielmente los Mandamientos de Dios y los de su Santa Iglesia. Pero, lo abandonamos cuando: no hacemos las oraciones diarias, faltamos a la santa Misa, no santificamos las fiestas y el santo día del domingo, dejamos de frecuentar los sacramentos, etc. Los malos cristianos abandonan a Cristo a la menor dificultad, olvidando todos sus buenos propósitos. Cualquier inconveniente les hace olvidarse de la religión y de sus preceptos.

    Por satisfacer nuestras pasiones no renunciamos a los placeres... por seguir nuestras malas inclinaciones perdemos nuestra alma, el cielo y a nuestro Dios. Si no nos alejamos de las ocasiones de pecar  siempre sucumbiremos ante el pecado, por nuestra concupiscencia caemos siempre en el disfrute de los placeres y la desobediencia a Dios, pecando.

    Hay muchos santos y mártires en la Iglesia que han preferido rechazar los bienes perecederos y placeres vergonzosos;  sufrir privaciones, maltratos y hasta crueles tormentos que los llevan a la muerte. Todo antes que negar a Cristo y pecar, con tal de recibir la recompensa celestial y salvar sus alma.

    Nosotros tenemos la dicha de conocer a Cristo, de tenerlo en los tabernáculos y los altares. Por ser Dios, le debemos un gran respeto y debemos tenerle gran agradeciento por redimirnos, por salvarnos de la condenación eterna en el infierno, por fortalecer nuestras almas con los sacramentos. Las santas misas deben ser oídas con todo respeto y atención, nada hay más importante que atender el sacrificio incruento que nuestro Señor Jesucristo ofrece al Padre celestial en los altares. Los malos cristianos no dan la adoración debida a Cristo durante la celebración de la santa Misa si: se distraen, hablan, murmuran, no se hincan en el momento de la consagración, no alejan pensamientos impuros en sus mentes y en sus corazones, se quejan de que el tiempo de la celebración es demasiado largo, no se inclinan al pasar frente al altar, no se visten decentemente para ir a misa, etc.

    Los malos cristianos  renuevan la pasión de nuestro señor Jesucristo con las confesiones mal hechas, las misas mal oídas, con las confesiones indignas, con todo pecado cometido. Hacemos sufrir, con nuestros pecados, a Jesucristo nuevamente: en lugar de aprovechar la gran oportunidad de salvación que Dios nos ofrece, lo ofendemos mayormente. Lo que pude ser fuente de salvación eterna se puede convertir en el más espantoso de los infiernos, si no le damos la adoración debida a todo un Dios.



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"La Palabra de Dios", Sermones Escogidos del Santo Cura de Ars (15 de 22).

LA PALABRA DE DIOS

Sermones Escogidos del Santo Cura de Ars (15 de 22).



    Leemos en los evangelios las palabras  de Jesucristo,  cuando  le contesta a aquella mujer de la multitud, que emocionada por lo que escuchaba alababa a su Madre, él le contesta: "Mucho más dichoso es aquel que escucha la palabra de Dios y la pone en práctica". Es más agradable a Dios aquel que así lo hace que el que lo recibe en la sagrada comunión, ésto por ser necesario estar en gracia para recibirlo en la eucaristía, primero aplicando en nuestras vidas la palabra de Dios escuchada. La palabra de Dios produce necesariamente en nosotros, o frutos buenos o frutos malos; serán buenos si estamos adornados con buenas disposiciones; serán malos, si vamos a oirla con idiferencia, hasta con fastidio, tal ves con desprecio: esta palabra santa nos iluminará, mostrándonos nuestros deberes, o cegará nuesta vida y endurecerá nuestro corazón.

    Aparte de la muerte de nuestro Señor Jesucristo en el calvario, y el santo bautismo, no hay otra gracia, de las que recibimos en nuestra santa religión, que pueda igualar a la palabra de Dios. Nos es tan difícil entrar en el cielo sin estar debidamente instruidos en la palabra de Dios, como lo es el salvarse sin estar bautizado. La mayoría de cristianos condenados estarán en el infierno porque labraron su desgracia al no haber querido escuchar la palabra de Dios, o de haberla despreciado.

    El  Padre Bridaine y demás compañeros misioneros exclamarón conmovidos al ver a aquel pecador convertido, diciendo: ¡Oh! ¡cuantas gracias guarda el Señor para los que poseen un corazón dócil a su voz! ¡cuántas almas se condenan, que, si hubiesen sido instruídas, se salvaran!

    Lo mismo podemos decir de nosotros mismos: si los propios idólatras o paganos pudiesen oir la mitad o la cuarta parte de esta palabra que a nosotros con tanta frecuencia se nos administra y de la cual tan poco caso hacemos, antes bien la despreciamos, la oímos con displicencia y fastidio, ¡cuántas lágrimas derramarían, cuántas mortificaciuones, cuántas virtudes y buenas obras harían!

    No nos convertimos a oir la palabra divina, no porque la palabra sagrada tenga menos poder que en otro tiempo, sino que esta semilla divina cae en corazones duros e impenitentes, y, apenas caída ahí, el demonio la sofoca.

    La palabra divina es uno de los más grandes dones que Dios haya podido hacernos, ya que, sin la adecuada instrucción, es imposible salvarnos. Y que si, en los desgraciados tiempos en que vivimos, vemos tantos impíos,  es porque son tantos los que ignoran la religión, toda vez que es imposible que una persona que la conozca bien, no la ame ni practique lo que ella nos manda.


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jueves, 5 de noviembre de 2015

"La Esperanza", Sermones Escogidos del santo Cura de Ars (13 de 22).

LA ESPERANZA


Sermones Escogidos del santo Cura de Ars (13 de 22).









    La Esperanza es una de las tres virtudes cardinales que nos conducen a Dios. La virtud de la esperanza nos enseña a soportar todo sufrimiento con el fín  de agradar a Dios, aceptando todo como venido de su divina voluntad, teniendo la confianza que si perseveramos recibiremos una eterna recompensa en el Cielo. Esta bella virtud es la que sotiene a los mártires en sus atroces sufrimientos, a los solitarios en sus rigurosas penitencias y a los enfermos en sus dolencias. En general, toda tribulación, sufrida con paciencia y ofreciendo los dolores a Dios, es ayuda de Dios para merecernos una dicha eterna.

    El pecador que pierde la Esperanza, por no poder corregirse y convertirse,  puede llegar a tal desesperación por sus pecados, que abandona todos los auxilios de la santa religión y  se entrega completamente a los vicios, dándose por condenado. En lugar de eso debe pedir ayuda a Dios y encomendarse a la Santísima Virgen María para que no lo desampare, así recibirá la ayuda necesaria para su salvación.

    El enfermo que no sufre con paciencia su enfermedad y que se desespera por no tener alivio, desaprovecha un gran bien para ir pronto al cielo, después de su muerte. Debe ofrecer todos su dolores a Dios y tener Esperanza, porque su enfermedad es una gran ayuda que Dios le envía para ir al cielo.

    Un mártir tiene una firme Esperanza de alcanzar el cielo si es testigo fiel de Jesucristo, aunque sea muy atormentado por sus verdugos, su muerte pasa pronto y su entrada al cielo es directa.


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