LA PASIÓN DE NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO
Sermones Escogidos del Santo Cura de Ars (16 de 22).
No hay crimen más horrible que el de los Judíos al dar muerte al Hijo de Dios, a aquél que estaban esperando desde hacía 4000 años. Pocos días antes lo habían reconocido como al Salvador, al recibirlo triunfamente en Jerusalén. Días después lo rechazan al preferir la liberación del criminal Barrabás, ¡que elección más indigna! Nosotros, simpre que elegimos el pecado, hacemos una elección parecida.
El pecado que cometemos renueva la Pasión de nuestro Señor Jesucristo, no sólo de una manera tan cruel como los judíos, sino además de una forma sacrílega y horrible. Los Judíos no creían que Jesús era el Hijo de Dios, ya que si lo hubieran creído jamás lo hubieran matado. No sucede lo mismo con nosotros, los cristianos, que aunque sabemos que es Dios y nuestro Redentor, aún así lo ultrajamos pecando, rechazándolo.
Sabemos que seguimos a Jesucristo si cumplimos fielmente los Mandamientos de Dios y los de su Santa Iglesia. Pero, lo abandonamos cuando: no hacemos las oraciones diarias, faltamos a la santa Misa, no santificamos las fiestas y el santo día del domingo, dejamos de frecuentar los sacramentos, etc. Los malos cristianos abandonan a Cristo a la menor dificultad, olvidando todos sus buenos propósitos. Cualquier inconveniente les hace olvidarse de la religión y de sus preceptos.
Por satisfacer nuestras pasiones no renunciamos a los placeres... por seguir nuestras malas inclinaciones perdemos nuestra alma, el cielo y a nuestro Dios. Si no nos alejamos de las ocasiones de pecar siempre sucumbiremos ante el pecado, por nuestra concupiscencia caemos siempre en el disfrute de los placeres y la desobediencia a Dios, pecando.
Hay muchos santos y mártires en la Iglesia que han preferido rechazar los bienes perecederos y placeres vergonzosos; sufrir privaciones, maltratos y hasta crueles tormentos que los llevan a la muerte. Todo antes que negar a Cristo y pecar, con tal de recibir la recompensa celestial y salvar sus alma.
Nosotros tenemos la dicha de conocer a Cristo, de tenerlo en los tabernáculos y los altares. Por ser Dios, le debemos un gran respeto y debemos tenerle gran agradeciento por redimirnos, por salvarnos de la condenación eterna en el infierno, por fortalecer nuestras almas con los sacramentos. Las santas misas deben ser oídas con todo respeto y atención, nada hay más importante que atender el sacrificio incruento que nuestro Señor Jesucristo ofrece al Padre celestial en los altares. Los malos cristianos no dan la adoración debida a Cristo durante la celebración de la santa Misa si: se distraen, hablan, murmuran, no se hincan en el momento de la consagración, no alejan pensamientos impuros en sus mentes y en sus corazones, se quejan de que el tiempo de la celebración es demasiado largo, no se inclinan al pasar frente al altar, no se visten decentemente para ir a misa, etc.
Los malos cristianos renuevan la pasión de nuestro señor Jesucristo con las confesiones mal hechas, las misas mal oídas, con las confesiones indignas, con todo pecado cometido. Hacemos sufrir, con nuestros pecados, a Jesucristo nuevamente: en lugar de aprovechar la gran oportunidad de salvación que Dios nos ofrece, lo ofendemos mayormente. Lo que pude ser fuente de salvación eterna se puede convertir en el más espantoso de los infiernos, si no le damos la adoración debida a todo un Dios.
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