Sermones del Santo Cura de Ars, en los cuales se hace énfasis en la adoración y respeto que a Dios se le debe como Creador, Redentor y Santificador. Además, nos instruyen en como debemos comportarnos con Dios y nuestro prójimo para lograr la salvación eterna de nuestras almas.
Sermones Escogidos del Santo Cura de Ars (18 de 22).
Los justos consideran la muerte como el fin de sus males, de sus penas, de sus tentaciones y de todas sus miserias; en su muerte ven el comienzo de su felicidad; ella les proporciona la entrada en la vida, en el descanso, en la bienaventuranza eterna. No hay ni un solo hombre, ni el más escandaloso, que no desee esta preciosa muerte.
El destino eterno de toda persona depende de la vida que habrá llevado: es indudable que la muerte será conforme a nuestra vida; si vivimos como buenos cristianos y según Dios, moriremos como buenos cristianos para vivir eternamente con Dios. Por el contrario, si vivimos según las pasiones, en los placeres y en el libertinaje, moriremos infaliblemente en pecado.
La vida de Jesucristo consiste en tres cosas: oración, acción y sufrimiento. ¡Qué dichosos es el cristiano que tiene ánimo para seguir las huellas de su divino Maestro!. Los santos se complacieron tanto en el dolor, que parecían no saber hartarse de sufrir. Sabían que así recibían nuevas gracias, lo provechoso que era para sus almas.
Aunque pecadores, si hemos confesado nuestras culpas con arrepentiemiento sincero, y procuramos satisfacer en cuanto nos sea posible a la divina justicia mediante la oración y la penitencia, y sobre todo, si a un vivo dolor de los pecados añadimos un ardiente amor a Dios, podemos tener la confianza que nuestros pecados serán perdonados por la preciosa sangre de Jesucristo.
Para un buen cristiano la muerte no hace más que separarle de lo que siempre odio y despreció: el pecado, el mundo y los placeres. Al dejar este mundo, se lleva consigo todo lo que amo con mayor preferencia: sus virtudes, sus buenas obras; deja este mundo cruel para ir a descansar en la morada celeste del mejor de los padres.
Para tener una buena muerte no basta desearlo, es preciso trabajar para desear merecer esa gracia. Para bien morir debemos prepararnos: con una santa vida; mediante una buena penitencia, si tuvimos la desgracia de pecar; con una plena conformidad de nuestra muerte con la de Jesucristo.
El pecador no debe aplazar su conversión hasta la hora de la muerte, debe purificar su conciencia y mantenerse constantemente en estado de poder comparecer ante el divino Juez. El que retarda de día en día el retorno a Dios, muere como ha vivido.
Si queremos tener buena muerte, es necesario llevar una vida cristiana y hacer penitencia de los pecados; debemos tener un sincero dolor por haber ofendido con el pecado a un Dios tan bueno; debemos odiar el pecado cometido y procurar nunca más cometerlo.
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Sermones Escogidos del Santo Cura de Ars (17 de 22).
Nos dice el Salvador del mundo, aquél que persevere hasta el final será coronado, sin ser vencido o que al caer haya sabido levantarse y perseverar. No nos admire que los más grandes santos hayan abandonado, familia, amigos y posesiones para retirarse a solitarios lugares a orar y llorar por sus pecados. No perseverar es recaer en los pecados que ya habiamos confesado, en seguir frecuentando las malas compañías que nos indujeron al pecado, el mayor de los males, ya que por él hemos perdido a Dios, hemos atraído sobre nosotros toda su cólera, hemos perdido nuestra alma y la hemos arrojado al infierno.
Los medios necesarios para perseverar en la gracia son cinco: seguir la inspiración divina de la gracia, huir de las malas compañías, hacer oración, frecuentar los sacramentos y practicar la mortificación.
Perseverar en la gracia, este lenguaje solo conviene a aquellos que deveras dejan el pecado y están en la firme resolución de perder mil vidas antes que volverlo a cometer. Lo contrario, decir a un pecador que persevere en sus desordenes, es la mayor locura y la criatura más desgraciada que ha sostenido la tierra el que lo diga para su propia condenación.
El primer medio para perseverar en el camino que conduce al cielo, es ser fiel en seguir y aprovechar las inspiraciones de la gracia que Dios nos concede. Los santos en el cielo deben su felicidad al haber seguido las inspiraciones del Espíritu Santo, así como los condenados deben su desgracia al desprecio que hicieron de tales inspiraciones. La gracia es un pensamiento que nos hace sentir la necesidad de evitar el mal y de hacer el bien. Todo lo bueno proviene de Dios, al buscar cumplir con las cosas que Dios nos inspira hacemos caso de la gracia. Si nos resistimos a cumplir con las cosas de Dios, en sus inpiraciones, nos encaminamos hacia el mal y no seguimos la gracia. Debemos tener cuidado de no despreciar la gracia de Dios una vez que la hayamos recibido, evitemos caer tan fácilmente en el mismo pecado que hayamos confesado. ¡Que pocos son los que perseveran y se salvan!
El segundo medio para perseverar en el camino que conduce al cielo, es huir del mundo y de las malas compañías, en cuanto sea posible, ya que su lenguaje y su manera de vivir son totalmente opuestos a lo que un cristiano debe hecer, son incompatibles con alguien que esta en el camino de la virtud y del cielo. Oir malas canciones y dichos infames, que son causa de una multitud de pensamientos y deseos perversos, en compañía de libertinos. Formular juicios temerarios al andar en compañía de maldicientes. Frecuentar la compañía de aquel impúdico que los indujo al hábito de dar miradas o tener tocamientos abominables con ustedes mismos o con los demás. Frecuentar la compañía de aquel ímpio que te ha hecho perder la fe y no recibir los sacramentos. Frecuentar aquella amiga mundana te ha hecho sentir mucho gusto por los placeres, las danzas, las reuniones y la ropa mundanos; tu amiga no contenta con perder su alma, también quiere perder la tuya. Desde que conociste a aquel desenfrenado te ha dado por frecuentar las tabernas y casas de juego. Desde que trabajas con aquel patrón, que dice solo cosas abominables, se te oye vomitar todo tipo de juramentos y maldiciones.
El tercer medio absolutamente necesario para perseverar en el camino de la gracia y del cielo, es hacer oración. El que reza hasta el final persevera y se salva. Todos los condenados se perdieron por su negligencia en la oración. Pero, la oración se debe hacer con las debidas disposiciones: tener el pensamiento puesto en Dios y pensar en lo que se dice, sentirlo, desear obtener el favor de Dios con la oración, hincados y nunca distraerse. Evitar rezar sentados, acostados, parados, si se tiene buena salud y ningún impedimento para hacerlo dobando las rodillas ante Dios. Al orar Dios nos envía a sus santos y ángeles del cielo para confortarnos.
El cuarto medio para conservar la gracia de Dios e ir al cielo, es frecuentar los sacramentos. Un cristiano que usa sabiamente de la oración y de los sacramentos aparece formidable ante el demonio. Al recibir los sacramentos es el mismo Dios el que viene revestido de todo su poder para aniquilar a nuestro enemigo. El demonio, al verle en nuestro corazón, se precipita en los infiernos, por eso se empeña en apartarnos de ellos o de que los profanemos. La persona que frecuenta los sacramentos se hace invunerable del demonio. Pero eso solo sucede con aquellas personas que los reciben con las debidas disposiciones, que sienten verdadero horror al pecado, que se aprovechan de todos los medios que Dios nos concede para no recaer y para sacar frutos de las gracias que nos otorga. Los que no lo hacen así solo trabajan para su perdición.
El quinto medio para conservar la gracia obtenida después del sacramento de la penitencia y para ir al cielo, es practicar la mortificación: este es el camino que siguieron todos los santos. El que no castiga su cuerpo de pecado, no permanece mucho tiempo sin recaer. En toda comida debemos privarnos de algo, debemos acortar nuestras horas de reposo en la noche y dedicarlas a la oración, abstenernos de hablar o decir algo en nuestras conversaciones, hacer ayunos, vestirse con ropa sencilla, estar de pie cuando se puede estar sentado. En general, hacer algo que mortifique nuestro cuerpo o dejar de hacer algo que nos guste.
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Sermones Escogidos del Santo Cura de Ars (16 de 22).
No hay crimen más horrible que el de los Judíos al dar muerte al Hijo de Dios, a aquél que estaban esperando desde hacía 4000 años. Pocos días antes lo habían reconocido como al Salvador, al recibirlo triunfamente en Jerusalén. Días después lo rechazan al preferir la liberación del criminal Barrabás, ¡que elección más indigna! Nosotros, simpre que elegimos el pecado, hacemos una elección parecida.
El pecado que cometemos renueva la Pasión de nuestro Señor Jesucristo, no sólo de una manera tan cruel como los judíos, sino además de una forma sacrílega y horrible. Los Judíos no creían que Jesús era el Hijo de Dios, ya que si lo hubieran creído jamás lo hubieran matado. No sucede lo mismo con nosotros, los cristianos, que aunque sabemos que es Dios y nuestro Redentor, aún así lo ultrajamos pecando, rechazándolo.
Sabemos que seguimos a Jesucristo si cumplimos fielmente los Mandamientos de Dios y los de su Santa Iglesia. Pero, lo abandonamos cuando: no hacemos las oraciones diarias, faltamos a la santa Misa, no santificamos las fiestas y el santo día del domingo, dejamos de frecuentar los sacramentos, etc. Los malos cristianos abandonan a Cristo a la menor dificultad, olvidando todos sus buenos propósitos. Cualquier inconveniente les hace olvidarse de la religión y de sus preceptos.
Por satisfacer nuestras pasiones no renunciamos a los placeres... por seguir nuestras malas inclinaciones perdemos nuestra alma, el cielo y a nuestro Dios. Si no nos alejamos de las ocasiones de pecar siempre sucumbiremos ante el pecado, por nuestra concupiscencia caemos siempre en el disfrute de los placeres y la desobediencia a Dios, pecando.
Hay muchos santos y mártires en la Iglesia que han preferido rechazar los bienes perecederos y placeres vergonzosos; sufrir privaciones, maltratos y hasta crueles tormentos que los llevan a la muerte. Todo antes que negar a Cristo y pecar, con tal de recibir la recompensa celestial y salvar sus alma.
Nosotros tenemos la dicha de conocer a Cristo, de tenerlo en los tabernáculos y los altares. Por ser Dios, le debemos un gran respeto y debemos tenerle gran agradeciento por redimirnos, por salvarnos de la condenación eterna en el infierno, por fortalecer nuestras almas con los sacramentos. Las santas misas deben ser oídas con todo respeto y atención, nada hay más importante que atender el sacrificio incruento que nuestro Señor Jesucristo ofrece al Padre celestial en los altares. Los malos cristianos no dan la adoración debida a Cristo durante la celebración de la santa Misa si: se distraen, hablan, murmuran, no se hincan en el momento de la consagración, no alejan pensamientos impuros en sus mentes y en sus corazones, se quejan de que el tiempo de la celebración es demasiado largo, no se inclinan al pasar frente al altar, no se visten decentemente para ir a misa, etc.
Los malos cristianos renuevan la pasión de nuestro señor Jesucristo con las confesiones mal hechas, las misas mal oídas, con las confesiones indignas, con todo pecado cometido. Hacemos sufrir, con nuestros pecados, a Jesucristo nuevamente: en lugar de aprovechar la gran oportunidad de salvación que Dios nos ofrece, lo ofendemos mayormente. Lo que pude ser fuente de salvación eterna se puede convertir en el más espantoso de los infiernos, si no le damos la adoración debida a todo un Dios.
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Sermones Escogidos del Santo Cura de Ars (15 de 22).
Leemos en los evangelios las palabras de Jesucristo, cuando le contesta a aquella mujer de la multitud, que emocionada por lo que escuchaba alababa a su Madre, él le contesta: "Mucho más dichoso es aquel que escucha la palabra de Dios y la pone en práctica". Es más agradable a Dios aquel que así lo hace que el que lo recibe en la sagrada comunión, ésto por ser necesario estar en gracia para recibirlo en la eucaristía, primero aplicando en nuestras vidas la palabra de Dios escuchada. La palabra de Dios produce necesariamente en nosotros, o frutos buenos o frutos malos; serán buenos si estamos adornados con buenas disposiciones; serán malos, si vamos a oirla con idiferencia, hasta con fastidio, tal ves con desprecio: esta palabra santa nos iluminará, mostrándonos nuestros deberes, o cegará nuesta vida y endurecerá nuestro corazón.
Aparte de la muerte de nuestro Señor Jesucristo en el calvario, y el santo bautismo, no hay otra gracia, de las que recibimos en nuestra santa religión, que pueda igualar a la palabra de Dios. Nos es tan difícil entrar en el cielo sin estar debidamente instruidos en la palabra de Dios, como lo es el salvarse sin estar bautizado. La mayoría de cristianos condenados estarán en el infierno porque labraron su desgracia al no haber querido escuchar la palabra de Dios, o de haberla despreciado.
El Padre Bridaine y demás compañeros misioneros exclamarón conmovidos al ver a aquel pecador convertido, diciendo: ¡Oh! ¡cuantas gracias guarda el Señor para los que poseen un corazón dócil a su voz! ¡cuántas almas se condenan, que, si hubiesen sido instruídas, se salvaran!
Lo mismo podemos decir de nosotros mismos: si los propios idólatras o paganos pudiesen oir la mitad o la cuarta parte de esta palabra que a nosotros con tanta frecuencia se nos administra y de la cual tan poco caso hacemos, antes bien la despreciamos, la oímos con displicencia y fastidio, ¡cuántas lágrimas derramarían, cuántas mortificaciuones, cuántas virtudes y buenas obras harían!
No nos convertimos a oir la palabra divina, no porque la palabra sagrada tenga menos poder que en otro tiempo, sino que esta semilla divina cae en corazones duros e impenitentes, y, apenas caída ahí, el demonio la sofoca.
La palabra divina es uno de los más grandes dones que Dios haya podido hacernos, ya que, sin la adecuada instrucción, es imposible salvarnos. Y que si, en los desgraciados tiempos en que vivimos, vemos tantos impíos, es porque son tantos los que ignoran la religión, toda vez que es imposible que una persona que la conozca bien, no la ame ni practique lo que ella nos manda.
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Sermones Escogidos del santo Cura de Ars (13 de 22).
La Esperanza es una de las tres virtudes cardinales que nos conducen a Dios. La virtud de la esperanza nos enseña a soportar todo sufrimiento con el fín de agradar a Dios, aceptando todo como venido de su divina voluntad, teniendo la confianza que si perseveramos recibiremos una eterna recompensa en el Cielo. Esta bella virtud es la que sotiene a los mártires en sus atroces sufrimientos, a los solitarios en sus rigurosas penitencias y a los enfermos en sus dolencias. En general, toda tribulación, sufrida con paciencia y ofreciendo los dolores a Dios, es ayuda de Dios para merecernos una dicha eterna.
El pecador que pierde la Esperanza, por no poder corregirse y convertirse, puede llegar a tal desesperación por sus pecados, que abandona todos los auxilios de la santa religión y se entrega completamente a los vicios, dándose por condenado. En lugar de eso debe pedir ayuda a Dios y encomendarse a la Santísima Virgen María para que no lo desampare, así recibirá la ayuda necesaria para su salvación.
El enfermo que no sufre con paciencia su enfermedad y que se desespera por no tener alivio, desaprovecha un gran bien para ir pronto al cielo, después de su muerte. Debe ofrecer todos su dolores a Dios y tener Esperanza, porque su enfermedad es una gran ayuda que Dios le envía para ir al cielo.
Un mártir tiene una firme Esperanza de alcanzar el cielo si es testigo fiel de Jesucristo, aunque sea muy atormentado por sus verdugos, su muerte pasa pronto y su entrada al cielo es directa.
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Sermones Escogidos del Santo Cura de Ars (11 de 22)
El juicio temerario nace de un corazón orgulloso o envidioso, son palabras desfavorables para el prójimo, fundados en leves apariencias. Es causa de muchas disputas y peleas, este vicio arrastra muchas almas al infierno. Un buen cristiano, penetrado como está de su miseria, no piensa ni juzga mal a nadie, jamás aventura su juicio sin un conocimiento propio y eso solamente si vela por el bien de los que juzga.
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Sermones Escogidos del Santo Cura de Ars (10 de 22).
En el preciso instante de la muerte nuestra alma será llevada ante la presencia de nuestro Señor Jesucristo para ser juzgada por Él como Justo Juez, sin misericordia. Él nos pedirá cuenta de todos los buenos y malos actos que hayamos cometido, del bien que hayamos hecho y del que dejamos de hacer. El es Dios Purísimo y Santísimo, toda mancha, causada por el pecado, en nuestras almas será examinada. En vida, debemos de estar preparados, haciendo penitencia por nuestros pecados, ya que de otra forma, si solo los confesamos, no estaremos haciendo nada para purificarnos; si no lo hacemos aquí, nuestra alma será purificada en los infiernos; las cosas santas que hagamos debemos hacerlas con perfección, sino manchamos nuestras almas. Podemos banquear nuestras almas aprovechando el sacrificio redentor de nuestro Señor Jesucristo, solos no podemos e iríamos al infierno. Debemos siempre considerar que si tenemos la desgracia de morir tan solo con un pecado grave o mortal, sin confesión, sin arrepentimiento, iremos al infierno por toda la eternidad. Hasta los santos temen el justo juicio de Dios en la hora de la muerte, ellos apenas se salvan.
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Sermones Escogido del Santo Cura de Ars (9 de 22).
Después de que hayan muerto todos los hombres de ese tiempo, por los cataclismos y conmoción a que será sometido el universo entero, por voluntad divina, Dios establecerá el día del Juicio Final. Es el día terrible en el que Jesucristo juzgará a toda la humanidad de todos los tiempos. Él Aparecerá en lo alto de los cielos con gran poder y majestad terrible, rodeado de sus ángeles y santos. Es cuando el ángel del Apocalipsis recibirá la orden de Dios de hacer resonar su trompeta y en ese momento nuestro Señor Jesucristo resucitará a todos los muertos, sus cuerpos serán devueltos y entregados desde lo profundo del mar hasta la cumbre más elevada. Las almas de los justos descenderán del cielo y las almas de los réprobos serán vomitadas del infierno. Las almas de los justos estarán llenas de alegría al unirse con sus benditos cuerpos y recobrar su antigua figura. Las almas de los réprobos serán vomitadas por el infierno e irán a unirse a sus malditos cuerpos. Unos resucitarán para la vida y otros para la muerte. Todos seremos juzgados por el Justo Juez, ya no con misericordia, sino con justicia, nuestros buenos y malos actos serán presentados ante todos. Los cuerpos de los justos resplandecerán por haber sido fieles en su conciencia y en sus actos e irán al cielo para habitar en las diferentes moradas eternas, donde Dios será su eterna recompensa. Los que cometieron maldades y nunca se arrepintieron serán arrojados con sus malditos cuerpos al lago de fuego del infierno, junto con los espíritus infernales. Todos, condenados y demonios yacerán ahí, sin poder moverse, como caigan, para siempre. Así, Dios calmará los ímpetus de Satanás y de los demonios, ya no serán crueles verdugos, a excepción de los pensamientos y su odio terrible.
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Sermones Escogidos del santo Cura de Ars (8 de 22).
No hay nada más honorable en este mundo que llevar el nombre sublime de hijo de Dios. Pero, al mismo tiempo, nada más infame que avergonzarse de ostentarlo cada vez que se presente la ocasión de hacerlo. Es respeto humano, tanto el aparentar piedad para quedar bien con las personas piadosas, como el ocultarse por el temor de las burlas de los impíos. No se puede amar a Dios y al mundo al mismo tiempo, o se ama a Dios o se ama al mundo, pero no ambas cosas. El que es cristiano es congruente con su fe en cualquier situación que se le presente, jamás deja de cumplir con sus deberes por los respetos humanos, solo así podrá recibir amplia recompensa en el cielo de manos de nuestro Señor Jesucristo.
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Sermones Escogidos del Santo Cura de Ars (7de 22).
El orgullo es la causa de todos los vicios y la causa de todos los males que acontecen y acontecerán hasta el fin de los siglos. Somos tan ciegos que muchas veces nos gloriamos de aquello que debería llenarnos de confusión. Unos se muestran orgullosos porque creen tener mucho talento; otros porque poseen algunas tierras o dinero; más todos ellos deberían temblar al llegar algún día ante Dios y entregarle cuentas.
Si lucifer y los demás ángeles malditos no hubieran caído en el pecado del orgullo no se hubieran convertido en demonios, no habría infierno, no hubieran tentado a Adán y a Eva haciéndolos caer en el pecado original y en consecuencia no habría pecados que ofenden contínuamente a Dios, no hubiera entrado la muerte y la enfermedad en este mundo, toda la humanidad iría al Cielo. Pero, Dios Padre se conmovió de la humanidad caída al verlos hundidos en el infierno, languideciendo. Por eso nos envío el saludable remedio para curar todos los males y abrirnos nuevamente las puertas de Cielo: Jesucristo. Si no hubiera habido pecado todos los hombres viviriamos sin pecado y nuestro Señor Jesucristo derramaría la gracia divina y se manifestaría frecuentemente con poder y gloria a todos los mortales.
Dios detesta al orgullos y al soberbio, se complace en confundirlo. Los males con que Dios castiga al orgulloso son tan terribles y frecuentes que parece agotar su furor en castigarlo. No solo es aborrecible a los ojos de Dios, sino que además los hombres no soportan a un orgulloso, porque no puede llevarse bien con nadie, creyéndose más que los demás. Desgraciadamente, este pecado se halla en todas partes, acompaña al hombre en todo lo que hace, todos se alaban y glorían de lo que son o de lo que hicieron, o hasta de lo que no son y de lo que no hicieron. Maldito pecado que conduce a tantos hombres al infierno...
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El padre y madre de familia no puede trabajar en la salvación propia sin atender la de sus hijos. Es obligación de los padres cuidar de la instrucción católica de sus hijos: enseñarles un gran amor y respeto a Dios, cuidarlos y atenderlos, hacer que reciban los sacramentos, vayan a la doctrina, tengan lecturas de la biblia y catecismo, que recen sus oraciones al levantarse y al acostarse, vayan a misa con sus padres, que se confiesen con el sacerdote, que comulgen, recen el santo rosario en familia, que no tengan lecturas pecaminosas, cuidarlos de la impureza de los medios de comunicación, no darles malos ejemplos, cuidarlos de malas compañias, corregirlos si se portan mal, que se vistan decentemente, que no vayan a fiestas mundanas, etc. Esta escrito en la Biblia: "Los padres que entregan a sus hijos a las llamas de infierno no se salvan".
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Sermones Escogidos del Santo Cura de Ars (3 de 22).
Nuestro Señor Jesucristo, Dios nuestro, decidió inventar una maravillosa forma de estar con nosotros en la tierra: Corpus Christi, El Cuerpo y la Sangre de Nuestro Señor Jesucristo. Así, nos lo dice en los Santos Evangelios: "El que come mi cuerpo y bebe mi sangre tendrá vida eterna". Cristo, cuando dejase este mundo para ir al Padre, no quería abandonar a los hombres en la tierra con tantos enemigos: demonio, mundo y carne. Recibiendo dignamente el Corpus Christi somos fortalecidos en cuerpo y alma, nos asemejamos a Cristo, nos hace como Él. Así, Dios Espíritu Santo se manifiesta en nosotros plenamente con sus dones.
El Sermón del Santo Cura de Ars: "Corpus Christi", Sermón 3 de 22. Se presenta el video conel e-book, para escuchar el video mientras se lee el texto.
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Sermones Escogidos del Santo Cura de Ars (2 de 22).
El Sermón del Santo Cura de Ars: "Confesión Pascual", Sermón 2 de 22. Se presenta el video conel e-book, para escuchar el video mientras se lee el texto.
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Sermones Escogidos del Santo Cura de Ars (1 de 22).
El Sermón del Santo Cura de Ars: "Amar y Adorar a Dios", Sermón 1 de 22. Se presenta el video conel e-book, para escuchar el video mientras se lee el texto.
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"Amar y Adorar a Dios", dar clic en el siguiente enlace:
El Santo Cura de Ars nos habla en su sermón: "Sobre la Misericordia de Dios Hacia el Pecador", de la alegría que hay el en cielo por un pecador que se convierte y hace penitencia; aunque sea un gran pecador, con una vida totalmente desarreglada, si se convierte sinceramente a Dios, debe estar completamente seguro de su perdón. Dios se muestra paciente para castigar al pecador, le da tiempo de que se arrepienta y desarme su cólera; así lo hizo en tiempos de Noé, espero más de 120 año para enviarles el castigo a esa generación pecadora, aún así no hicieron caso, hasta que se vieron perdidos y clamaron perdón, por eso se salvaron muchas almas de la condenación. Dios invita al pecador a convertirse, lo castiga o lo toca con su gracia para que se conmueva, cambié su mal comportamiento y haga penitencia por sus pecados; de ésto, en la parábola del hijo pródigo tenemos el más consolador y bello de los ejemplos. Si Dios ofrece hoy su gracia al pecador, él no debe reaccionar como insensato, posponiendo su conversión, él debe hacerlo con sabiduría y aprovechar ahora la bondad de Dios; no debe esperar hasta su muerte, tal vez Dios no le conceda el arrepentimiento si ve que acumula pecado tras pecado.
Nuestro Señor Jesucristo nos pide que seamos prudentes y estemos preparados para cuando el llegue; no esperemos hasta el final, cuando estemos tan enfermos que no pensemos en nuestra salvación por atender nuestros sufrimientos, o cuando llegue una muerte repentina y violenta que no nos de tiempo ni de encomendar nuestra alma a nuestro Salvador y Redentor. Si el pecador deja su conversión hasta su muerte lo más seguro es que encuentre un final desastroso en el infierno. No cansemos la paciencia de Dios ni hagamos mofa de su misericordia, algunos se han perdido para siempre por un solo pecado mortal desde su infancia; otros siguen cometiendo pecados hasta que llegan a la edad madura, pero eso puede ser un indicio seguro de que esos pecadores son abandonados por Dios, nunca llegan a la vejez por sus vicios y maldades.
Dios quiere que todos los hombres se salven. Solo podemos lograrlo con ayuda de la gracia divina, si confiamos en nuestras propias fuerzas somos vencidos por los enemigos del alma y arrastrados al infierno de los condenados. Dios condena las conversiones inconstantes, si el pecador recae en lo mismos pecados causa tristeza a nuestro Señor, pero por muy pecador e inconstante que sea no debe desesperar y abandonarse al vicio y al pecado; el pecador debe confiar en que Dios lo ayudará y hacer todo para convertirse. Dios se regocija con el pecador arrepentido, con aquél que permanece fiel a Él y que se compromete a no cometer los mismos pecados, que se lamenta de haberlo ofendido pecando y que le agradece por haberlo salvado del infierno. ¡Felices aquellos que corresponden a los cuidados y al amor de Dios!.
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El Santo Cura de Ars nos habla en su sermón: "Sobre la misericordia de Dios", de la misericordia que nuestro Señor Jesucristo mostró siempre a los publicanos y pecadores que se acercaban a él para oír su palabra. No los alejaba de él ni los reprendía por su vida de pecado, sino que los ganaba con buenas maneras, mostrándoles el amor de Dios, los llevaba a las manos de su Padre Celestial y así se convirtieron muchos que ya estaban perdidos. Nos habla de la grandeza de la misericordia de Dios, haciendo referencia a los santos evangelios, profetas y pasajes del antiguo testamento. También nos dice lo que nosotros debemos de hacer para tener la felicidad de obtener la misericordia divina.
Multitud de pecadores seguían a Jesucristo para oír las buenas nuevas de la misericordia de Dios.
Dios es paciente con todos nosotros, su amor nos invita a salir del pecado y su misericordia nos recibe entre sus brazos. El Señor es paciente con el pecador porque desea que se convierta y se vuelva a Él con la penitencia; por su amor tan grande hacia nosotros no desea que el pecador se condene en el infierno, sino que se convierta y tenga vida eterna en su santo reino; su entrañas se conmueven al ver que tantos hijos de Él se pierden irremediablemente en el infierno, a pesar de toda la ayuda que se le ha dado al hombre para que acepte su gracia y deje el pecado; muestra paciencia hacia el pecador porque sabe que por muy pecador que sea se encuentra extraviado en los caminos del vicio y del pecado y que si supiera el horrible destino que le espera en el averno le serviría por temor y se convertiría a Él, pero Dios quiere que lo amemos como Él nos ama y nos muestra su amor y misericordia, no desea tenernos en el cielo por temor al castigo.
Por el pecado de Adán y Eva toda la naturaleza clama a Dios, se revela contra el pecado y pide el castigo para el pecador. Pero, Dios ha mostrado su misericordia en todas las diferentes edades de la tierra y el hombre ha sido envuelto con su beneficios. Perdonó a Adán y le prometió que su descendencia sería redimida enviándole a su Hijo Celestial que nacería de una virgen de su descendencia. Quiso perdonar a Caín y le dió tiempo para que se arrepintiera por haber matado a su hermano Abel; pero, Caín solo tenía temor del castigo y solo temía que lo mataran, nunca se arrepintió y desde su nacimiento mostró una naturaleza corrompida e inclinada al pecado. Ha querido perdonar al hombre cuando toda la tierra se cubre de crímenes e iniquidad; para esto les envía a su profetas, que son los instrumentos de su misericordia, pidiéndoles que cambien y dejen el camino que les lleva irremediablemente a la condenación eterna; pero el hombre es de cerviz dura y no todos hacen lo que Dios pide y Él se ve forzado a castigarlos con catástrofes naturales e intervenciones directas, para que con el dolor adquieran conciencia de sus extravíos... hasta llegar al Diluvio Universal en donde Dios muestra su misericordia hacia el justo Noé y unos pocos más, con este castigo de Dios muchos hombres del mundo se salvaron, clamando perdón al verse perdidos. Perdonó a Nínive, la gran ciudad pecadora, enviándole al profeta Jonás para que les avisara del castigo que iba a enviarles en cuarenta días; Jonás no obedeció al principio, el Señor tuvo que amonestarlo para que cumpliera su mandato y así salvar el alma de ese profeta por la horrible desobediencia a Dios que cometía. Castigó a Sodoma y Gomorra por sus terribles pecados, pero antes consultó a su siervo Abraham para que supiera lo que tenía pensado hacer; es cuando Abraham intercedió por los justos que tal vez hubiera en esa ciudad y no hubo en ella ni diez de ellos, entonces el Señor le avisó a Loth, sobrino de Abraham, para que se alejará de dichas ciudades y no pereciera él con su familia.
Dios es todo misericordia desde el comienzo del mundo hasta la llegada del Mesías, siempre derramando sus gracias y llenando de beneficios a todos los hombres que se apartaban del mal y vivían con justicia. Dios, por su gran misericordia, fue capaz de sacrificar a su único Hijo, al enviarlo a una cruenta muerte para que nos reconciliara con Él, abrirnos las puertas del cielo y así la raza humana encontrará el único camino seguro de salvación eterna: Jesucristo. Nuestro Señor Jesucristo muestra un gran amor hacia nosotros al hacer la voluntad de su Padre Celestial, su cruenta muerte y tantos tormentos no son capaces de alejarlo de cumplir la misión que Dios le tenía encomendada. Jesús hizo todo para cumplir la misión de redención del género humano, sin descuidar el anuncio de su palabra y la salvación de las ovejas descarriadas; muestra gran amor y misericordia hacia grandes pecadores: la Samaritana, la Magdalena, San Mateo, Zaqueo, la mujer adultera, la hemorroísa, el padre del endemoniado, etc.
Jesucristo tiene un gran placer en perdonarnos, por numerosos que sean nuestros pecados, como las hojas del bosque, siempre encontraremos su perdón si nos dirigimos a Él en la confesión con un corazón contrito: verdadero arrepentimiento por haberlo ofendido pecando, aborrecer dicha falta y deseos de nunca más cometerla. En el evangelio encontramos un hermoso ejemplo de la misericordia de Dios: la parábola del hijo prodigo; dicho hijo a pesar de ser un ingrato con su padre y de despilfarrar su herencia viviendo una vida disoluta, al verse golpeado por el infortunio y la pobreza extrema se ve obligado a reflexionar y decide ir a pedirle perdón a su padre; el amoroso padre no duda en perdonar al hijo que ya tenía por perdido y volvía a él, lo restituye en su amor y posición y hace una gran fiesta para regocijarse por haberlo recuperado...Así es Dios con todos sus hijos que se arrepienten de su vida de pecado y le piden perdón.
No nos debe asustar ni la grandeza de nuestros pecados ni su número, sino la disposición que tengamos para recurrir siempre a la misericordia de Dios, con verdadero arrepentimiento y dolor para no hacer burla de Dios, siempre la encontraremos. Jesucristo nos alcanzó el premio de la vida eterna, desea nuestra salvación y a nosotros nos cuesta tan poco para salvarnos...nadie debería ir al infierno si se acoge en vida a la misericordia divina.
Dios es tan bueno y nos ama tanto, que aún así no debemos cansar su paciencia haciendo mofa de Él, al pensar que siempre tendremos su misericordia cuando podamos o queramos apartarnos del pecado; nos pide verdadera conversión a Él y siempre fidelidad...no se puede tener la misericordia de Dios si continuamos pecando.
Para leer el e-book, imprimir o descargar el archivo pdf, con el sermón escrito completo del Santo Cura de Ars: "Sobre la misericordia de Dios", dar clic en el siguiente enlace:
El Santo Cura de Ars nos habla en su sermón: "Sobre las Tentaciones" acerca de esas pruebas que Dios Nuestro Señor permite sean puestas a todos los hijos de Adán y Eva, para hacerles saber que sin Dios nada pueden, para resistirlas si no queremos ir al infierno, para combatir vigorosamente y así poder ir al cielo haciendo la voluntad de Dios. Dios permitió que el mismo Señor Jesucristo fuese tentado por Satanás como Hombre, fue arrebatado por el espíritu infernal en dos ocasiones para ser tentado: así nos mostró Jesucristo como debemos resistirnos para no ser seducidos por el demonio y evitemos caer en pecado haciendo lo que Dios nos prohíbe.
Las Tentaciones de Cristo
Dios permite la acción del demonio en los seres humanos para que resistamos evitando el pecado, avancemos en la virtud, pidamos la ayuda de Dios y así Él no auxilie con su gracia para salir victoriosos en las tentaciones. De esa forma seremos más gratos a Dios y tendremos un premio en el cielo por mantenernos fieles a sus Mandamientos. Dios es Santo y nos quiere santos, si evitamos toda ocasión de pecado nuestra alma se irá fortaleciendo con la virtud, de otra manera seremos víctimas del pecado y el demonio se irá apoderando de nuestra alma y voluntad debilitadas.
Dios nos da Mandamientos para que los cumplamos haciendo lo que nos pide, nos santifiquemos y podamos ir al cielo con nuestras almas puras y limpias de pecado. El demonio quiere lo contrario: quiere perdernos haciendo que desobedezcamos a Dios, que lo ofendamos con el pecado, lo despreciemos y vayamos al horrible infierno donde el condenado no es más hijo de Dios ni amado por Él.
Sin la ayuda de Dios, sin sus santas inspiraciones siempre triunfa el pecado. Nuestra naturaleza esta corrompida por el pecado original, somos hijos de maldición al tener esa nefasta inclinación hacia el mal que nos lego la desobediencia de nuestros primeros padres a Dios . El mundo con todas sus vanidades y la influencia negativa de otros en nuestras vidas nos puede orillar al pecado. Además, esta Lucifer que juró nuestra perdición eterna para así lastimar a Dios por medio de nosotros, el demonio puede facilitar nuestra caída en el pecado. Pero Dios no nos abandona, nos ayuda con su gracia y con ella sola es suficiente para mantenernos fieles a Él. Dios permite que seamos tentados por Satanás, pero no nos da tentaciones más allá de nuestras fuerzas.
Si estamos en el camino de la virtud no creamos que ya tenemos nuestra salvación segura. Hay tentaciones demasiado fuertes que el demonio puede inducirnos, de tal manera que si analizamos nuestra situación en una de ellas no nos sintamos con fuerzas suficientes para resistirla. Es cuando más debemos encomendarnos a Dios y pedir su ayuda, el nunca nos abandona y quiere nuestra salvación eterna. Hasta los hombres más santos se han visto llenos de tentaciones, que sin la ayuda de Dios no podrían resistirlas.
Contrario a lo que podamos pensar, los pecadores que son víctimas de los vicios y de las pasiones, aquellos que viven siempre pecando, son lo que menos son tentados por Satanás. Porque ya el demonio los tiene como presa segura y no busca matarlos, para que con sus costumbres pecaminosas y malos ejemplos le lleven a él a otros haciendo lo mismo. Así, Lucifer se asegura de tener más almas para él. Los devotos del demonio, por el pecado, son los menos atormentados por él en esta vida, pero al terminar serán arrojados en los suplicios infernales y ahí serán los más castigados por preferirlo a él, el demonio se encargará de que se arrepientan de eso y los condenados nada podrán hacer para cambiar su horrible destino.
Para leer el e-book, imprimir o descargar el archivo pdf, del Sermón del Santo Cura de Ars: "Sobre las Tentaciones", dar clic en el siguiente enlace: