PENSAMIENTO DE LA MUERTE
Sermones Escogidos del Santo Cura de Ars (19 de 22).
No solo a la vista de un cadáver que llevan a enterrar, debemos tener el pensamiento de la muerte para quitarnos la afición a esta vida y los placeres del mundo, y para llevarnos a pensar seriamente en aquel momento terrible, que debe decidir nuestra eternidad: cielo o infierno, dicha y gozos eternos o desdicha y tormentos sin fin.
Vemos en el evangelio cuan necesario nos es el pensamiento de la muerte para desengañarnos de la vida y para aficionarnos solamente a Dios. Jesucristo quiere que nunca perdamos de vista la consideración de la salida de este mundo para la eternidad. La iglesia siempre atenta para proporcionarnos los medios más adecuados para inducirnos a trabajar por nuestra salvación, nos evoca, tres veces al año, el recuerdo de los muertos que Jesucristo resucitó: la hija de Jairo, el hijo de la viuda de Nahim y Lázaro de Betania.
Es cierto que llegará un día en que ya no perteneceremos al mundo de los vivos, y en que nadie pensará en nosotros, como si nunca hubiésemos existido. Todos iremos algún día al sepulcro, jóvenes o viejos, sanos o enfermos, tanto la joven mundana que siempre se preocupó por su aspecto, como aquél orgulloso que tan pagado estaba de su talento, de sus riquezas, de su crédito y de su oficio.
El momento de la muerte es un instante, que no siendo de duración muy perceptible, nos es muy poco conocido, y sin embargo, es el que determina nuestro paso hacia la eternidad. Por no pensar en él o por dedicarle una atención tan secundaria o débil ¡cuántas almas están ahora ardiendo en el infierno por haber desechado ese saludable pensamiento.
El demonio pone gran cuidado en hacernos perder tal recuerdo, pues mejor que nosotros sabe cuán saludable sea para librarnos del pecado y conducirnos a Dios. Los santos cuidaban de jamás perder de vista dicho pensamiento para la salvación de sus almas.
El pensamiento de la muerte produce en nosotros tres efectos: 1º. nos induce a desprendernos del mundo; 2º. modera nuestras pasiones; 3º. nos anima a llevar una vida más santa.
El pensamiento de la muerte produce en nosotros piadosas reflexiones: nos pone delante de nuestros ojos toda nuestra vida; y entonces pensamos que todo aquello que nos regocija según el mundo durante nuestra vida nos hará llorar lágrimas en la hora de nuestra muerte; nuestros pecados, que nunca deben borrársenos de nuestra memoria, son otras tantas serpientes que nos devoran; el tiempo que perdimos, las gracias que despreciamos: todo ello se nos representará a la hora de nuestra muerte.
Si pensamos a menudo en nuestra muerte, pondremos gran cuidado en conservar la gracia de Dios; si por desdicha perdiésemos esa gracia, nos daremos prisa a recobrarla, perderemos nuestra afición a los bienes y placeres de este mundo, soportaremos las miserias de nuestra vida con espíritu de penitencia y reconoceremos que Nuestro Señor es quien nos las envía para la expiación de nuestros pecados.
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